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LA MANSIÓN ENCANTADA

Un día como otro cualquiera, el agente inmobiliario se dirigía a su agencia. Aquella mañana había mucho trabajo que hacer. Primero tenía que enseñarles el piso de la calle Mayor a los señores Velázquez, después tendría que hacer unos recados y después otras dos casas.
Era la una del mediodía cuando se disponía a enseñar la última casa de la mañana a los señores de la Vega. Aquella casa era la que más gustaba al agente de todas las que tenían en venta: era una preciosa mansión de paredes blancas y cúpulas doradas, ventanales enormes y unas preciosas columnas corintias sobre las que reposaba un precioso frontón de formas caprichosas y del mismo dorado reluciente de las cúpulas, aunque a los señores de la Vega pareció no gustarles mucho porque se fueron un poco desilusionados. Entonces el agente tomó la decisión de su vida: fue al banco y sacó todo el dinero que llevaba ahorrado en sus treinta y cinco años de existencia y fue a la inmobiliaria a decirle a su jefe que quería aquella mansión. Pero vio que la inmobiliaria estaba cerrada y decidió volver por la tarde de manera que a primera hora de la tarde volvió a la agencia y entró en el despacho del jefe al que le comunicó, eufórico la noticia. Cuando salió del despacho saludo a la secretaría del jefe que le preguntó el motivo de su alegría. Cuando este le contó que había comprado la mansión la secretaria puso cara de pocos amigos y le relató la historia que recorría el pueblo sobre esa casa. Él decidió hacer caso omiso y se fue a instalar en su nueva casa. Una vez allí se tumbó en el sofá e intentó echar la siesta pero no pudo porque unas voces se lo impedían y así cada vez que intentaba dormir, entonces decidió que si allí estaba el fantasma del que se hablaba lo escucharía y lo llamó a gritos. De repente una sombra entró en la sala y le habló sobre ella con una dulce y melodiosa voz de mujer. Sin verse, se hicieron amigos y poco a poco fueron enamorándose mutuamente pero él estaba insatisfecho porque quería verla y abrazarla así que le preguntó que si no había manera de que ella resucitase. Al responderle esta que no, él decidió suicidarse para encontrarse con ella y así lo hizo. Poco rato después él la pudo ver y se fundieron en un abrazo eterno, y juntos viven desde ese día en aquella mansión, amándose cada día más.


Ignacio Carrasco Hernández 2-3

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